sábado, 20 de marzo de 2010

Nuevos títulos de la colección Resurrección: Cuando éramos reptil de Christian Peribáñez


Una estupenda nota escrita por el poeta, editor y crítico Manuel Martínez Forega extraída de su blog:

Termino de leer los poemas de Cuando éramos reptil y debo confesar que me han sorprendido. Un lenguaje pulcro, con un exquisito cuidado de la prosodia (cuestión nunca bien ponderada que no hay que echar en saco roto) y un estupendo manejo del verselibrisme. Empezamos bien si queremos seguir con fundamento algunos juicios que necesariamente han de sustentarse en la "forma", en una estructura morfológica que advierte de su consciencia. Para empezar, no es habitual que estos rasgos sean destacables conociendo cuánto azar formal e inconsciente puebla los poemas de tantos poetas. Pero si añadimos que ese universo lírico (el yo es abismalmente preponderante sujeto al egotismo verbal) está traducido con ricas imágenes, nada rígidas, con una apuesta manifiesta por el símbolo (a veces, onirismo e irracionalidad -claro, que vienen a ser más o menos lo mismo- comulgan con premeditado o impremeditado -no lo sé con certeza- objetivo) y una extraordinaria largueza semántica; quiero decir generosidad interpretativa, significadora a partir de una combinatoria léxica (que tanto le gusta a Steiner), la cual, aun pareciendo súbita, automática, se decanta, tras la lectura, hacia un posición meditada. Si añadimos que ese universo, decía, constituye un claro ejemplo de inmersión en la tradición, este libro termina por seducirnos definitivamente. Es posible que haya cierto azar en la composición de las imágenes, pero, si es así, el acierto está en no haberlo corregido o en haber conservado lo esencial. Todo ejercicio lineal -y la escritura lo es- ha de contar con este recurso que deduzco ha ejecutado muy bien Períbáñez. Toda esta tramoya sirve a la expresión de un conflicto que testimonia cierto dolor y más de una decepción por etapas; un conflicto repetido que le echa un pulso a la duda relacional y trata de fijar algunas certezas interiores, íntimas, de esa construcción personal que jamás termina en un tejado. Si toda escritura es un exorcismo, ésta lo es. Lo bueno de los poemas de Períbáñez es que el lector (yo, al menos) lo recibe convencido de ser cierto, de no esconder nada o poco, y que la retórica, aunque exista, rinde pleitesía a la sinceridad para echar al diablo fuera, pero para dejarlo entrar en cualquier momento, ya sea cabra o súcubo, o el mismísimo Comendador.
Bravo.


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